viernes, 26 de febrero de 2010

Confesiones del viento.

El viento me confió cosas que siempre llevo conmigo,
me dijo que recordaba un barrilete y tres niños,
que el sauce estaba muy débil,
que en realidad él no quizo,
que fue uno de esos días en que todo es un estropicio.

Me dijo que los pichones, a veces apresurados,
caen al suelo indefensos si él no consigue evitarlo.
Me habló de arenas de agosto,
de cartas de enamorados,
del humo en la chimenea,
del fuego abrazando al árbol.

Iba cargado de culpa y seguía confesando,
en su lomo de distancia no cavalgaba ni un pájaro.
Era un fantasma ese viento,
un alma en pena penando,
y en ese telar de angustias, tejió sus babas el diablo.

Me dijo que recordaba que en realidad él no quizo
a veces de apresurados un barillete y tres niños,
me habló de arenas al cielo, de chimeneas al piso,
de cartas de enamorados, que todo es un estropicio.

Era un fantasma ese viento, tejió sus babas el diablo,
iba quebrado de culpas y no consigue evitarlo.
En ese telar de angustias, el fuego abrazando al árbol,
el sauce estaba muy débil y seguía confesando.

Me dijo que imaginaba que siempre llevo conmigo
un barrilete y tres niños, a veces apresurados.
Me habló de arenas de agosto que en realidad él no quiso,
del humo abrazando el fuego de cartas de enamorados.
Del fuego de enamorados, que a veces de apresurados,
caen al suelo indefensos para olvidar sus quebrantos.


Me dijo que estaba cansado,
que no podía seguir soplando,
que se tenía que ir volando.
Y así seguía confesando.

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