sábado, 24 de octubre de 2009

El pulmón no-robado, la ingenuidad peruana y la concha de tu hermana.

"El pulmón no-robado" es la córtina de humo más patética y efectiva de la historia. Los agarraron a todos por un talón de aquiles: la debilidad del orgullo peruano y la ridícula necesidad que tienen algunos de reafirmarla como método de autoconvencimiento. No sean tan ingenuos por favor. Piensen un poco más y no se queden estancados, es algo intrascendental, ¿por qué carajo los medios le dan tanta pelota?
¿Nadie se ha dado cuenta de que acaban de cambiar a la jefa de la oficina contra drogas del Perú siendo el narcotráfico uno de los negocios que más frutos les da a los políticos? No, porque todos están renegando y cuchicheando por facebook sobre la "terrible barbaridad" de la farsa del pulmón robado pero felices por dentro al reafirmar su orgullo patriótico.
¿Nadie se ha puesto a pensar en qué está sucediendo ahora con el tema de los petroaudios?
¿Nadie se ha dado cuenta de que el Poder Judicial quiere DISOLVER (al estilo más fuji-monte-alan ístico) la Asociación Interétnica de Desarrollo de la Selva Peruana (Aidesep), fundada en 1980, casualmente en este momento de tensión con todo lo del homicidio en la selva peruana? No, nadie. Porque todos están manejados como títeres por la mediocre, amarilla e históricamente oligarca prensa peruana que se encarga de que nadie observe más allá de lo que se les da para mirar. ¿Tan idiotas somos? Los invito a pensar un poco más.

lunes, 19 de octubre de 2009

Crónicas de la muerte.

La muerte siempre es algo que me ha acompañado siempre.

Conocí a mi abuelo y viví su muerte de cerca, de hecho es uno de los pocos recuerdos que tengo de cuando era niño, y fue su muerte fue algo que siempre me dio mucho que pensar... Cuando tenía 12, rabiaba en una fiebre atómica por el punk, comenzaba a entender el jazz con la misma energía del punk y me decidía cada más por entegrarme a las transportaciones interplanetarias de la flauta; viví la muerte de Luci Astudillo, que siempre estuvo conmigo desde los 2 años y fue ella definitivamente el primer tramo de mi camino con la música y a la música. Y de hecho su velorio fue un encuentro musical impresionante, unas mezclas de gente inimaginable y todos tocando todo todo el tiempo en una casa que retumbaba de vibraciones cargadas de emociones, fue un día alucinante... El año pasado, en mi último año de vida escolar, me tocó vivir la muerte de Constantino y eso cambió mi vida, o no sé si eso fue lo que la cambió, pero apartir de ese momento mi vida empezó a dar giros de 180 grados y aún no se detiene. Semanas antes me había expulsado y vuelto a aceptar por vender brownies con marihuana en clase de física luego y antes de conversaciones que me marcaron y me enseñaron mucho, que me unieron con ciertas personas y que unieron partes de mí mismo de alguna manera. Constantino fue siempre, para mí y creo que para la mayoría de mis semejantes escolares de la época, una figura superior a la que le teníamos una admiración cariñosa pero temerosa, concientes de su poder pero al mismo tiempo con el placer de ser su amigo y disfrutando cada momento en los que se rompía ese temor y surgían conversaciones terriblemente trascendentales o las bromas más caraduras.
Exactamente un año antes de la muerte de Constantino, le pedí permiso para irme a Cuba a un curso para vientistas sobre música cubana, su respuesta fue: "sí, si es por música, sí". Había jalado las 4 matemáticas y cada vez era más vago en el colegio, pero cualquiera que lo haya conocido sabe que para él eso nunca fue de real importancia.
Cuando llegué todo era genial, era preciso. Había música por todos lados, empezé a tocar por todos lados desde el primer día, ron por todos lados, hice muchos amigos, aprendí un montón en el curso al que fui y pasé un cumpleaños de la putamadre. Además, en esa época vivía enamorado de la revolución cubana y caminaba por las calles como un perro moviendo la cola de alegría cada vez que leía una oda al socialismo.
Entre los amigos que hice, el que más cercano fue, fue Gilberto González, un cubano de 22 años que conocí en el curso, tocaba trompeta y se hizo mi patasa al toque. Era una amistad muy de viaje, nos juntábamos siempre después de clases a tocar en las plazas o en el malecón para ganar algunas monedas de los turistas que hacían el viaje de turistas e ir a comprar ron para emborracharnos hasta sudar todo el alcohol por los poros para poder seguir tomando más. Éramos una mancha genial, exprimíamos las experiencias hasta el final porque todos éramos de distintos sitios y sabíamos que el volver a vernos era un deseo demasiado remoto como para si quiera pensar en planearlo.
Dos meses después de la muerte de Constantino, aún golpeado por eso y justo cuando mi vida empezaba con esto de los giros mortales que aún no paran, me llegó un mail del director de la Casa de las Américas de la habana anunciándome el paro cardíaco que terminó matando a Gilberto. No lo podía creer. Poco a poco lo tuve que creer y viví el dolor de una manera muy extraña, muy distinta a todos los casos anteriores. No sé por qué. Tal vez porque mi abuelo, Luci y Constantino eran figuras mayores para mí y de una lejanía natural causada por el tiempo, y no así de horizontales como lo fue Gilberto. Pero aún así yo sabía que jamás iba a volver a ver ni a Gilberto ni a nadie de los que conocí en cuba, podría no haberme importado. Pero no fue así...
Este año, tres meses después de haberme mudado a Buenos Aires, se murió el Mono Villavicencio. No pienso abundar en su muerte porque me abundiría en historias conectadas a la suya y terminaría vomitándolas por los ojos. Pero me basta con decir que su muerte fue para mí , muy parecida a la de Gilberto (además que las dos muerte fueron causadas por ataques cardíacos, aunque uno por problemas cardiovasculares genéticos y otro por una sobredosis de merca terrible), los dos eran personas que jamás volvería a ver pero aún así me dolieron sus partidas y de una manera muy parecida.
Hace unos 4 meses, días antes de que regresara a Lima de vacaciones, murió Cecilia, la hermana de Constantino, fue una noticia terrible y aparcieron, una vez más, muchas emociones mezcladas. Me dio mucha lástima y junto con otros sucesos, fue como una gran cachetada que hizo que me diera cuenta de los cambios inminentes y las reacciones-acciones de las acciones-reacciones. Pero tuve la oportunidad de despedirla un día gris de agosto, un mes después de su partida, dejando volar un globo. Igual que con Constantino.

Hoy -justo cuando andaba pensando en que "nada nunca termina, todo se transforma" y flashando como aplicar esa verdad en el caso de la vida y la muerte, y pensando en la muerte no como el fin de la vida, sinó como su más próxima transformación- me toca despedir a un viejo amigo con el que seguramente hubiera podido conversar mucho sobre el tema, al que talvez no lo hubiera podido volver a encontrar en el futuro pero que fue cercano en su momento al punto de haber sido tecladista de Pancho Pepe Jazz Band y compañero de borracheras extremas para los 13-14 años que teníamos. Ignacio "Palomo" [por su extraña fobia (con una razón de ser más extraña todavía) a las palomas] Pasos murió ayer en un accidente en la carretera y me llena de una extraña pena que se mezcla con recuerdos que pensaba haber olvidado y que no sé si volveré a olvidar. Pero cada vez estoy más convencido de que la muerte es, como ya dije, la más próxima transformación de la vida y nosotros, porque aún estamos vivos y fuera de ella, no la comprendemos y cuando aparece nos llena de un doloroso miedo muy frío que se presenta de distintas formas. Así que me despido de mi mente aquí, para despedir de manera más viceral a Palomo y desearle lo mejor en esta indecifrable transformación y en las siguientes, si es que hay siguientes, no lo sé, me fumo un porro y me tomó el último concho de un ron tan pirata como él alucinaba que era mientras le digo un "Chau, viejo, que te vaya bien".

Chau, viejo, que te vaya bien.